NUESTRA EXPERIENCIA

Tengo dos hijos, un chico y una chica, de 12 años. Tener hijos me hizo cuestionarme muchas cosas, entre ellas la crianza, la salud y la educación.

    Yo he sido una persona “muy educada”, la típica niña estudiosa a la que adelantaron un curso porque era “muy lista” y de la que se esperaba grandes cosas pues en la humilde familia de mi madre la educación era el progreso, la posibilidad de ascender socialmente y poder tener un trabajo “digno” con el que mantener un buen nivel de vida. Así que, desde bien pequeña sentí esa presión, esa proyección de mi familia sobre mis espaldas y a la que debía responder adecuadamente. Era una alumna ejemplar, al menos hasta la adolescencia en que tuve una pequeña etapa de rebeldía. Superada, estudié psicología, trabajé unos años en Instituciones Penitenciarias y, después de pedir una excedencia, estudié Filología Francesa, consiguiendo una beca para hacer un doctorado que terminé justo antes de tener a mis hijos. Puede decirse pues que soy conocedora desde dentro del sistema educativo, como usuaria y como docente.

Todo este periplo me condujo a estar “formada” por las instituciones educativas, en el sentido literal de la palabra aunque siempre, sobre todo en la etapa final de becaria, me sentí incómoda detectando contradicciones y abusos, peleas por el poder y, en general, poco nivel crítico y académico, lo que me condujo a descartar una carrera académica rentable. Aún así, yo era de las que creía en la escuela “pública” y en el “derecho” a una educación, supongo que porque era lo que una persona de izquierdas, como tiene que ser, debía pensar.

    No obstante, tenía también mis disonancias cognitivas sin resolver. Me chirriaba que el objetivo último de la educación que siempre se argüía no tenía que ver con el desarrollo personal sino con la ascensión social. Así mismo, observaba a mi alrededor que no por estar muy “educado” se era más inteligente o mejor persona. A veces, era precisamente lo contrario. 

Me di cuenta también que la educación había producido en algunas personas el avergonzarse de sí mismas o de sus familias por no haber estudiado, haciéndoles renegar de sus orígenes, de sus tradiciones y de sus raíces, lo cual me enfurecía y me llenaba de tristeza.

Con todos estos antecedentes, cuando nacieron mis hijos me pregunté en qué clase de escuela quería que estuvieran. Finalmente, decidí llevarles, con casi tres años, a una escuela libre de orientación reichiana en un pueblo de Valencia. 

En principio, al menos, los niños podían jugar todo el tiempo y ser creativos pero me di cuenta que en esta escuela, a parte del poco cuidado y la manipulación emocional, parecía que éstos debían adecuarse a las teorías de Reich y, más bien, a los dictados de su directora, en vez de hacerlo al revés.

    Cambiamos y fuimos a otra escuela libre en la que, a pesar de que no era perfecta, sentía que eran cuidados, que se atendían sus emociones, que les dejaban ser niños sin juzgar y orientando lo menos posible. Simplemente, lo viví como un espacio donde sabía que mis hijos estaban en buenas manos y se sentían bien. Estuvimos allí hasta que ellos cumplieron 7 años, una edad en la que muchos de sus compañeros dejaban la escuela para asistir a una escuela “normal”, puesto que muchas familias consideraban que los niños necesitaban aprender contenidos más estructurados.

Nos mudamos entonces a un pueblo pequeño pero en el que sabíamos que había muchos niños  y en el que el hecho de no ir a la escuela no iba a causar problemas.

El primer año fue difícil. Como mis hijos eran los únicos que no iban a la escuela, se hizo un poco complicado el integrarse con los otros niños. 

    El segundo año, mis hijos pidieron ir a la escuela, supongo que influidos por la necesidad de  facilitar el encuentro con los otros niños. Pero les propusimos esperar un poco para decidir qué hacer porque era un paso importante: si los matriculábamos tendrían un expediente escolar y sería más difícil volverse atrás. Finalmente, cuando ya se sintieron integrados en el pueblo, perdieron interés por matricularse. En el fondo, tenían lo mejor de la escuela: los amigos y el recreo, al que asistían con regularidad ya que se hacía en la calle. 

    Para mí, el pueblo ha sido el ejemplo más aproximado de cómo podría ser la educación “ideal”: una educación más comunitaria, viviendo en un entorno pequeño, con otros niños y otras personas en las que apoyarte en la crianza. Aún así, casi todo giraba en torno a la escuela pero, al menos, la vida de afuera era más real, más cercana, más natural.

Ahora hace ya más un año que vivimos en una ciudad pequeña. Nos vinimos aquí porque ya algunos amigos se iban del pueblo para estudiar en los institutos, pensando también en hacer otras actividades y en estar cerca de la familia. 

    Mi hija me pidió el curso pasado que quería ir al instituto (sin embargo, mi hijo no). Ya habíamos decidido matricularla cuando empezó toda esta plandemia. Así que reculamos. No es el mejor momento para asistir a la escuela. 

Y aquí seguimos. Aunque pensando en volver al pueblo. Desde que empezó la plandemia, más familias han decidido trasladarse allí y, de hecho, es en estos momentos, el único núcleo social en el que mantenemos unas relaciones “normales” y sanas.

Por qué no escolarizar ni hacer escuela en casa.

    Mi visión de la escuela y de la educación ha ido progresando a lo largo del tiempo con la experiencia, la reflexión y la información a través de lecturas, videos, libros, etc.

Reconozco que llevé a mis hijos, primero a una guardería, y después a dos escuelas libres, porque no podía hacerme cargo de estar todo el tiempo con ellos. Necesitaba dejarlos en algún espacio donde otras personas se hicieran cargo de ellos, al menos durante unas horas.

    Y aquí una de las primeras razones por las que existe la escuela: en esta estructura social basada en la producción y en el aislamiento de los individuos, es muy difícil criar a nuestros hijos. Criar en solitario es inhumano. Y el sistema nos ofrece la solución: la escuela, donde el estado asume gran parte de la crianza y de la educación de los niños. Para poder hacernos cargo de la educación de nuestros hijos, necesitamos redes de crianza en la que apoyarnos y compartir la educación de nuestros hijos, creando vínculos fuertes y amorosos. Una vez escuché una frase que resume este punto de vista: los niños son el pegamento social.

    Tuve la suerte de encontrar, en un segundo intento, una escuela “libre” donde no se seguía ninguna doctrina, ni psicológica, ni social, ni política. Donde simplemente los niños pasaban unas horas con otros niños y acompañados de adultos que les cuidaban y les respetaban. Sin embargo, creo que llega una edad en la que estos espacios llegan a aburrir y a desmotivar a los niños, sobre todo cuando van creciendo y demandan otras experiencias y otras referencias.

Decidimos pues asumir a tiempo completo la crianza y la educación de los niños, sin delegar en la escuela, porque observábamos que los niños aprendían de manera natural y a su ritmo lo que les interesaba en cada momento, sin necesidad de “motivarles” ni de forzar su proceso.

    Un ejemplo que suelo poner cuando me preguntan cómo aprenden si no van a la escuela, es el aprendizaje de la lectoescritura. Yo no enseñé a mis hijos ni a leer ni a escribir, lo que extraña a muchas personas cuando lo cuento. Es completamente cierto, aunque sí que les ayudé cuando lo pedían. Y a día de hoy, son grandes lectores. E incluso mi hijo está escribiendo un libro de aventuras.

    He de decir que a mí me encanta leer y que desde que eran muy pequeños les leía todas las noches antes de ir a dormir siendo ese un momento especial, lo que le asoció una connotación afectiva positiva. Pero cada uno de ellos aprendió de una manera diferente. Mi hijo de manera fonética, repitiendo los sonidos. Mi hija hacía que le leyera con el dedo y repetía e identificaba las sílabas. 

La necesidad de aprender algo surge de ellos. Lo difícil es estar atenta a cogerlas al vuelo y ofrecerles materiales, sacar tiempo para acompañarles haciendo cosas juntos sobre el tema, etc., algo que no siempre consigo.

No quisimos hacer homeschooling por todo lo anterior, pero también porque no queríamos trasladar la estructura de la escuela a la casa, una estructura que implica que alguien decide lo que tienes que aprender, cuándo y cómo.

Ventajas.

Creo que esta manera de autorregularse en el aprendizaje aumenta la autosuficiencia, la confianza en uno mismo y en sus capacidades. Además de saber conectar con lo que uno quiere y desea aprender, con las emociones que se experimentan.

En nuestra esencia como seres está la necesidad de aprender. El aprendizaje sucede, es imposible que no ocurra. Y hemos sobrevivido miles de años sin escuela.

    Pero los primeros en “desescolarizarnos” deberíamos ser los padres. Confiar en los niños y en sus capacidades, en que aprenderán todo lo que necesiten aprender y que la escuela no tiene el monopolio del aprendizaje. Es más, la mayor parte de las veces, apaga la necesidad de aprender de los niños, adoctrinándolos e inculcándoles la obediencia a la autoridad experta

Inconvenientes.

Sin embargo, educar en casa en una sociedad en la que la mayoría de los niños van a la escuela tiene varios inconvenientes, entre ellos, el encuentro con otros niños. En mi opinión, no porque la escuela sea un lugar donde se socialice especialmente sino porque es el punto de encuentro de los niños para después socializar. Por ellos decidimos irnos a vivir a un entorno rural, lo más cercano posible a vivir en comunidad. 

    Así que el problema yo no lo veo en el no ir a la escuela sino en tener que cambiar la manera de convivir para poder ofrecer a nuestros hijos una forma de relacionarnos más acorde con nuestra naturaleza, ofreciéndoles más aprendizajes en contacto con la realidad de cada día para que puedan llegar a ser seres humanos útiles a sí mismos y a su comunidad.

Esto es algo que yo echo muy en falta en mi propia “educación”. He leído miles de libros, he “consumido” mucha educación pues tengo títulos, másters, etc., pero sé muy poco de cómo vivir en la realidad: hacer crecer comida en un huerto, cuidar animales domésticos, encontrar plantas medicinales, construir una casa, etc. Saberes que tenían nuestros “incultos” abuelos, e incluso todavía nuestros padres y que muchos de nosotros hemos perdido.

Dudas.

Pero nuestra realidad, de momento, es la que es y a veces me cuestiono si no estaré dañando a mis hijos por empecinarme en seguir sin escuela en un mundo en el que la infancia casi ni se concibe sin ella

Estoy acostumbrada, aunque a veces cansada, a que me cuestionen casi de continuo la decisión de no escolarizar. Los niños se sienten, a veces, “diferentes”, sobre todo cuando otros les transmiten, influidos por sus padres, estoy segura, que no podrán aprender si no van a la escuela. 

También es verdad que los momentos actuales en los que ésta, entre otras instituciones, está mostrando su verdadera cara sin tapujos de pedagogía blanca, me tranquilizan en ese sentido. Sopeso las dos opciones y si antes de toda esta plandemia dudaba, y de hecho estaba pensando en escolarizar, ahora tal opción la descarto, al menos de momento. 

    Eso sí, veo que mis hijos se acercan a la adolescencia y aunque están acostumbrados a relacionarse y socializar con personas de diferentes edades y conservan amigos desde la infancia, el grupo de iguales cada vez cobra más importancia y, de momento, no tienen ese círculo de amigos habitual y cercano que es importante. Lo vamos paliando con visitas a amigos, actividades extraescolares (las que siguen en marcha, que son pocas) y encuentro con algunos familiares. 

Legal, ilegal o alegal.

    En un encuentro de ALE fui a una charla impartida por Madalen Goiria, una abogada especialista en estos temas y me quedé con la idea de que la no escolarización estaba como en un limbo legal, es decir no era legal pero tampoco ilegal sino, como ella misma dijo “alegal”. Es decir, que en teoría los padres pueden elegir cómo educan a sus hijos pero al mismo tiempo hay una educación “obligatoria”. Así que nos movemos en terrenos pantanosos.

Sin embargo, Luis de Miguel, el abogado de Scabelum dijo que si no es ilegal, es legal, aunque refiriéndose al “homeschooling”.

No obstante, saliéndonos de la norma, hay que ir con cuidado. Nosotros procuramos ser discretos, por ejemplo, no saliendo de casa por las mañanas si no es necesario. Les he transmitido a mis hijos que la mentira no es sana pero que si es necesario hacerlo para protegernos, pues se hace. Aunque sin miedo. Lo peor que puede pasar, al menos de momento, es que nos obliguen a escolarizar. Y, en la situación actual, es una gran ventaja no tener expediente escolar.

Título sin escuela

Siempre que quieran, los niños o los jóvenes pueden entrar en el sistema educativo. Aunque probablemente necesite actualizarse, según ALE (Asociación por la libre educación), hay diferentes maneras de obtener un título homologado sin haber ido a la escuela: 

1- Acceder a Educación presencial homologada a los 15 años. El niño se incorpora al curso que le corresponde por edad de forma automática, estudia 4º de la ESO y obtiene su título.

2- Empadronar a tu hijo en el extranjero y matricularlo en el CIDEAD (Centro de Innovación y Desarrollo de la Educación A Distancia).

3- A los 17 años hacer las pruebas de acceso para acceder a módulos de formación profesional de grado medio (no es necesaria titulación).

4- A los 19 años hacer las pruebas de acceso para acceder a módulos formación profesional de grado superior (no es necesaria titulación).

5- A los 18 años presentarse por libre a las pruebas para obtener el Graduado de la ESO.

6- Aprender mucho inglés y presentarte a las pruebas del Sistema Británico y acceder a la Universidad, británica y después a la española.

7- Estudiar mediante un centro extranjero a distancia (casi siempre de USA). Hay muchos, la mayoría en inglés, pero también hay con programa para hispanos; después se convalida el título (gracias a la Apostilla de la Haya).

8- Aprender mucho inglés y acceder directamente a la Open University, sin ninguna titulación previa – no es necesario. En España hay ya dos alumnos que han optado por este sistema.

9- Si a los 16 años tienes un contrato de trabajo puedes hacer los exámenes por libre de la ESO sin esperar a tener 18 años.

Fuente: ALE

Bibliografía, documentales, videos, audios.

Un   libro   imprescindible   para   mí,   fue  La  sociedad  desescolarizada  de   Iván   Illich,     (http://www.ivanillich.org.mx/desescolar.pdf) y que en uno de los primeros párrafos dice así: «Al alumno se le “escolariza” para confundir enseñanza con saber, promoción al curso siguiente con educación, diploma con competencia, y fluidez con capacidad para decir algo nuevo. A su imaginación se la “escolariza” para que acepte servicio en vez de valor”. Nos permite comprender de una manera minuciosa el funcionamiento de la escuela como institución y la necesidad de desescolarizar a la sociedad.

Hay también un clásico que es Historia Secreta del Sistema Educativo, de John Taylor Gatto, pero no me lo he leído.

Interesantes también, por su aportación vivencial, otros dos libros: Crecer sin escuela, de Bippan Norberg e Isabel Gutiérrez, dos madres que criaron a sus hijos sin escuela y en el que cuentan, madres e hijos, sus experiencias y su percepción de la misma. 

El otro, Yo nunca fui a a escuela, de André Stern. Podéis escucharlo también en esta entrevista:

Otro referente importante: Pedro García Olivo, representante de la antipedagogía, y antiguo profesor. Recomiendo este pequeño libro, El educador mercenario. Impactante. Tiene numerosos libros, tanto analizando la escuela como la sociedad del bienestar y todos pueden descargarse libremente:

https://pedrogarciaolivo.blogspot.com

https://pedrogarciaolivo.wordpress.com

En internet podemos encontrar numerosas charlas del mismo autor:

https://www.youtube.com/watch?v=a3FNNCJzLb4

    En cuanto a temas legales, este libro de Madalen Goiria y Laura Mascaró, 10 preguntas que se plantea quien vive el homeschool, puede ser introductorio.

NOTA: Por respeto a la voluntad de la persona que ha escrito este texto, dejaremos su autoría en el anonimato.

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